La ostra y la perla

Cuando en una ostra que se encuentra en el fondo del mar  y le entra un pequeño grano de arena, comienza en secreto una larga y maravillosa historia de dolor y amor. En la parte interna de la ostra se encuentra una sustancia lustrosa llamada nácar. Cuando un grano de arena penetra la ostra, las células de nácar comienzan a trabajar y cubren el grano de arena con capas, y capas y más capas de nácar para proteger el cuerpo indefenso de la ostra.

El grano causa dolor y quema, pero no es posible quitarlo por más que la ostra se esfuerce en hacerlo. Esa herida hace brotar pequeñas lágrimas y el amor delicadísimo y precioso se consolida alrededor del grano, formándose una hermosa perla. Cada vez duele más y al pasar un largo tiempo, tempestades y borrascas en la medida en que la perla crece la ostra va desapareciendo.

Agotada, adelgazada, se va consumiendo, reducida a la nada ya no se ve.

En su lugar la perla resplandece, bellísima y transparente. Y acontece algo maravilloso. La ostra colocada en el fondo del mar va abriendo su valva y por primera vez, aparece el tesoro, maravilla para los habitantes del mar y para quienes tienen la suerte de poseerla. La ostra ha dado vida pero nunca ha sabido cómo. Vida que nace de la muerte, amor que vence el dolor.

Tampoco los otros recuerdan la ostra, contemplan felices la perla nacida en el fondo del mar.  La ostra se ha transformado en algo precioso que solamente al final viene a la luz.

Una ostra que no haya sido herida de algún modo, no puede producir perlas, porque la perla es una herida cicatrizada.

Muchas personas dejan sus heridas abiertas, alimentándose con sentimientos  que impiden que sus heridas cicatricen. En la vida real vemos muchas ostras vacías, no porque no hayan sido heridas, sino porque no han sabido comprender y transformar el dolor en amor. Vale la pena enfrentar las heridas.