Soy una adulta en duelo por mi madre

Por David Kessler

Cuando el padre o madre de un adulto muere, hay una expectativa tácita de que a uno no le afectará. Se espera que un adulto acepte la muerte como parte de la vida, que maneje todas las pérdidas repentinas de una manera adulta apropiada. Pero realmente, ¿qué significa eso? ¿Que no debería estar triste? ¿Que debería estar tan agradecido de que no murieron cuando era pequeño y que no necesita llorar a sus padres? Las consideraciones anteriores demuestran una subestimación del duelo.

El duelo es el reflejo de la conexión que se ha perdido. Esa pérdida no disminuye porque es un adulto o porque su madre o padre vivió una larga vida. Nuestra sociedad ejerce una enorme presión sobre nosotros para superar la pérdida, para superar el duelo. Pero, ¿cuánto tiempo llora por el hombre que fue su padre durante 30 años? ¿Llora menos por su madre de 50 años? La pérdida ocurre en un momento, pero sus consecuencias duran toda la vida. El duelo es real porque la pérdida es real. Cada pérdida tiene su propia huella, tan distintiva y única como la persona que perdimos. No importa la edad que tengamos.

Cuando perdemos a un padre anciano, muchas veces los amigos bien intencionados intentan ofrecerle sus condolencias, tales como: «Tuvo una vida larga, debes estar contento con eso», o «Eres tan afortunada de que haya muerto tan rápido». Sin embargo, estas palabras a menudo no resuenan cuando sufrimos la pérdida de un padre o una madre que estuvieron a nuestro lado toda nuestra vida. Nunca tendremos otro padre. Nunca tendremos otra madre.

La conexión parental

A veces olvidamos la profundidad de la conexión que tenemos con nuestros padres. A menudo son nuestra principal conexión en el mundo y con el mundo. Incluso si tenemos un cónyuge cariñoso, hijos y muchos amigos cercanos, la muerte de un padre o madre significa la pérdida de una de nuestras primeras y más importantes conexiones. La idea errónea de que un adulto maduro y capaz no tendrá que llorar a sus padres puede hacer que las personas en duelo se sientan aún más solos, ya que su duelo no se reconoce.

Reflexión

Después de que nuestros padres mueren, los vemos. Nos damos cuenta, quizás por primera vez, de todo lo que hicieron por nosotros cuando éramos niños. Para algunos de nosotros, cuando nos convertimos en padres o madres, apreciamos los retos que nuestros propios padres y madres deben haber pasado. Obtenemos una nueva perspectiva de sus vidas. Si idealizamos a nuestros padres y madres cuando éramos niños, ahora también vemos sus defectos e imperfecciones. En el caso de perder a uno de los padres, por ejemplo, a su madre, hay una gran oportunidad de conocer más sobre ella desde la perspectiva y las experiencias de su padre sobreviviente.

En nuestra edad adulta, nuestra relación con nuestros padres cambia y continúa. Antes de que un padre o madre se vaya, entendemos intelectualmente que morirán algún día. Pero comprender y anticiparnos no nos prepara para el dolor que sentimos cuando, como adultos, perdemos a un padre o madre. Al reflexionar sobre la memoria de su ser querido, ya sea que esté solo o atravesándolo con un padre o madre superviviente como se mencionó anteriormente, está comenzando el viaje a través de las ya conocidas etapas del duelo.

Una nueva relación

Al sanar, aprendemos quiénes somos y quiénes fueron nuestros padres en la vida. De una manera extraña, a medida que avanzamos en el dolor, la sanación nos acerca a la persona que amamos. Una nueva relación comienza. Aprendemos a vivir con el padre o madre que perdimos.

Ahora que llega al final de una vida, esa misma vida que le dio la vida, el recuerdo está enterrado en lo profundo de su corazón y mora en lo profundo de su alma. Una nueva relación continuará con ese padre o madre, no una relación física, sino una en la que el padre o la madre vive en su corazón. Continuará recordándolos, pensando en ellos y amándolos, por el resto de su vida hasta que se reúnan.

Poco a poco, retiramos nuestra energía de la pérdida y comenzamos a invertirla nuevamente en la vida. Ponemos la pérdida en perspectiva, aprendiendo a recordar a nuestros seres queridos y conmemorando la pérdida. En los días venideros, a medida que pasa el tiempo, aún puede doler, pero con el tiempo duele con menos frecuencia. Todo lo que fue su padre o madre, todo el amor que compartió y la relación que tenía no morirá. Esa profundidad de amor, esa profundidad de cuidado, es eterna. Nunca podemos reemplazar a nuestros padres, pero podemos fortalecer nuestras conexiones familiares a medida que encontramos un significado nuevo y más profundo en nuestras relaciones existentes. Comenzamos a vivir de nuevo, pero no podemos hacerlo hasta que no le hayamos dado tiempo al duelo