Cómo sobrevivir a la pérdida de un hijo.

Estoy mirando una foto de la graduación de la universidad de nuestra hija menor en mayo. Nuestra sonriente graduada de 22 años, Alexis, está en el centro con sus flores y su birrete entre las manos. Junto a ella está su hermano Joe, de 33 años; su hermana Elise, de 26; su padre; y yo.

Falta alguien: nuestra hija de 39 años, Nicole, y tal vez la que podría haber sido su propia familia. Perdimos a Nicole por una sobredosis accidental después de una fiesta en la playa hace 17 años, cuando ella tenía 22. Hemos seguido adelante en estos 17 años, pero no ha sido fácil y hay momentos en los que yo, a mis 60 años, siento como si el tiempo retrocediera hasta aquel espantoso día lluvioso de principios de octubre. (…)

HABLAR DEL DOLOR

Nos preocupamos por la crisis de salud mental hasta que se trata de la muerte de un hijo. Después de las secuelas inmediatas, cuando se haya asentado el polvo, los amigos y la familia seguirán con sus vidas y se mostrarán distantes, como si fuéramos un presagio desubicado de la muerte. Solo cuando descubres a otro padre que ha tenido la desgracia de unirse a este club distópico de almas heridas, te sientes con la confianza de hablar y ser realista sobre tus emociones después de años de estar en silencio.(…)

Perder a mi hija fue como una bomba nuclear que estalló y nos destrozó, que lanzó a nuestra familia en direcciones diferentes y confusas. Ocurre tanto si el fallecimiento es repentino como si es algo esperado debido a una larga enfermedad. Al menos durante dos años, me encerré en un estado de autodestrucción hasta que reaccioné para estar más presente con mis otros tres hijos, por los que estaba terriblemente preocupada (a decir verdad, todavía lo estoy) y a los que quería meter en una esfera protectora para que nunca sufrieran ningún daño. Me convertí en una madre helicóptero… a la décima potencia. Y aún estoy trabajando en ello. (…)

“Es reconfortante estar con personas que te permiten ser auténtico y no tienen miedo ni juzgan tus reacciones ni emociones”, explica Albert. A veces necesitas sentir tristeza e ira. Es emocional, físico, espiritual: el duelo es todas y cada una de las partes de lo que somos como seres humanos. No hay dos personas que sufran de la misma manera. Muchos encuentran una forma tangible de marcar el significado de la vida de su hijo, lo que nos ayuda a continuar esos vínculos y a recordarlos, dice Albert. Con motivo del cumpleaños número 40 de Nicole, ofreceré una beca universitaria para estudiantes de bellas artes y danza cuyos padres, o uno de ellos, sean personas discapacitadas. Mi esposo y yo estamos discapacitados. La beca le permitirá al hijo de una familia de escasos recursos a progresar en la vida y cultivar su pasión por las artes.

El duelo no es lineal. No avanza limpiamente en orden secuencial por etapas. El duelo es complicado y evoluciona. Hay veces en que puedo andar de puntillas a la orilla del agua y avanzar por la vida como si todo fuera normal, y hay veces en que esa inesperada ola de dolor se eleva y se estrella sobre mí, arrastrándome al oleaje para ahogarme. “Es más como una rueda de duelo que avanza y retrocede; es muy fluida”, dice Albert.  

En conclusión: el duelo es natural, forma parte de la vida. “Es como un espejo. El dolor es un reflejo directo del amor”, dice Albert. La pérdida de un hijo es aterrador y va más allá de lo que la mayoría de nosotros estamos preparados para afrontar. No tengas miedo de acercarte y apoyar a quienes han perdido a un hijo, aunque hayan pasado décadas. Y deja que sean ellos mismos.

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