He perdido la fe

Aunque cada duelo sea algo singular, la experiencia del dolor nos hace más misericordiosos el uno con el otro. Pasamos por algo significativo y, ante el recuerdo de cuán grande es el sufrimiento, no podemos evitar compadecernos de quien pasa por algo semejante, y poner los medios para acompañ

Sea la muerte de un familiar, sea una carrera inconclusa, un vaivén laboral, una mala inversión, el fracaso de una relación o de una vocación… en cualquier situación tendemos a perder la fe. Quizás no es que dejemos explícitamente de creer en Dios o de que Él tiene un plan, pero sí es cierto que la confianza flaquea cuando nos topamos con algo inconcebible. Algo que no entra en nuestras cabeza y no podemos comprender cómo es que eso (terrible) que acontece, forma parte de un plan más perfecto.

Quizás incluso no queramos un plan más perfecto, queremos ese, el que perdimos. Y no nos imaginamos que pueda haber un después, un siguiente capítulo, porque estamos demasiado focalizados en el punto final con el que chocamos.

Es probable que nuestro problema de fe se base en eso, en que no podemos concebir que haya algo para seguir adelante, que haya incluso un «adelante». No puedo decirte «ten fe». Quizás no la tengas, y no porque no la quieras –la anhelas más que nada en el mundo –, sino porque simplemente, no puedes imaginarte ese «después». Lo que puedo proponerte es: pide fe.

Pídela intensa y continuamente, como jaculatoria, en la oración, frente al Sagrario, al acercarte a comulgar. «Creo, Señor, pero ayuda mi incredulidad». Repitamos esta frase hermosa que nos dejó el Evangelio, tan adecuada para nuestra debilidad. Porque, después de una pérdida, y para aprender a amar de verdad, necesitamos de esa fe. Esa confianza será nuestro alimento para sostenernos y luego sostener a los demás.

Creo Señor !! pero aumenta mi fe