Lo primero que debemos plantearnos es cómo entienden los más pequeños la muerte y es que en este aspecto la edad es un factor clave. Cada tramo de edad requerirá atender a ciertas particularidades de forma específica:
De 0 a 2 años
Incluso los niños menores de 2 años son capaces de sentir la ausencia de una persona con la que existe un vínculo. Si se experimenta el sentimiento de pérdida, el niño puede dar respuesta a ello con irritabilidad, cambios en el llanto, alteraciones en el ritmo de las comidas, etc.
¿Qué hacer? En esta etapa lo más importante es mantener sus rutinas, horarios y ritmos, procurándole un entorno de seguridad y estabilidad, cogiéndole en brazos, tocándole muy a menudo y haciéndole sentir a salvo.
De 2 a 6 años
Para los niños de entre 2 y 6 años la muerte es algo reversible y temporal como estar dormidos, llegando a imaginar que la persona fallecida puede volver si lo desea en cualquier momento. En esta etapa, no son capaces de entender el concepto de “irreversibilidad”, por ello puede ocurrir que el niño muestre indiferencia o inexpresividad.
¿Qué hacer? En esta edad los niños ya cuentan con la posibilidad de hablar, por tanto es importante que utilicemos un lenguaje claro y preciso para contestar a sus preguntas; ¿Por qué no viene?, ¿dónde está?, ¿tú también te vas a morir? Contestaremos de forma breve y concisa teniendo en cuenta que, entre 5 y 10 minutos después de haber comenzado nuestra explicación, el niño dejará de prestarnos atención. Con nuestras respuestas le estamos ayudando a entender que la muerte es irreversible, universal y que tiene un porqué.
Por ejemplo, les transmitiremos que nosotros también moriremos cuando seamos “muy muy mayores” o estemos “muy muy muy enfermos”. Además debemos evitar utilizar eufemismos como “se ha ido”, “está de viaje”, “está dormido”, etc.
De 6 a 10 años
Desde los 6 años el niño va avanzando al concepto adulto de muerte, buscando respuestas en razonamientos más objetivos. Al final de esta etapa el niño ya sabe que la persona que muere no va a volver, comprendiendo los conceptos de irreversibilidad (no hay retorno) y universalidad (todos moriremos algún día).
¿Qué hacer? En este punto pueden aparecer miedos, temores o angustias en torno a la posibilidad de que las personas queridas puedan sufrir algún daño o morir. El miedo a
la muerte es normal por lo que animaremos al pequeño a hablar sobre ello con nosotros. Además, en esta etapa es especialmente importante atender las preguntas del niño, dado que el nivel de sofisticación en su capacidad de razonar es mayor.
Por otra parte, suele ser a partir de esta edad cuando el niño puede tener la iniciativa de querer participar en los rituales de despedida. Para ello, es importante anticiparle en qué va a consistir y permitirle que participe si así lo desea, orientándole en las diferentes formas en que puede hacerlo (poema, carta, canción, dibujo, etc.).
De 10 a 13 años
En la preadolescencia el concepto de muerte se entiende completamente, pero eso no implica saber afrontarla. El preadolescente no tiene todavía los recursos emocionales y
comunicativos de un adulto, por lo que en ocasiones prefiere no hablar de ello, siendo habitual que adopten actitudes y busquen actividades de desconexión con todo lo que tenga que ver con la muerte, el duelo y el sufrimiento.
Además, es justo en esta etapa donde coincide el desarrollo de “sí mismo”, por lo que el adolescente puede tener problemas de identidad, tal vez tratando de asumir roles que no le corresponden o buscando una autoafirmación desde conductas de tipo rebelde o evitativo.
¿Qué hacer? En esta etapa es aconsejable que participen en los ritos funerarios de la misma forma que el resto de sus familiares. La transmisión de nuestras experiencias previas facilita a los preadolescentes un modelo fiable de cómo sobrellevar esos momentos y seguir adelante. En esta etapa debemos mostrarnos accesibles y cercanos, respetando sus tiempos y proporcionándoles seguridad para el futuro.