Mi hijo era la alegría de la casa, una luz que nos contagiaba a todos. Era muy deportista, jugaba golf, era campeón de salto a caballo, hacía karate, montaba en bicicleta, de todo. Por eso fue tan duro para nosotros cuando murió repentinamente el 15 de octubre de 1993. Una herida profunda para todos.
Eduardo Rafael estuvo con nosotros 14 años y medio y por eso, por ese tiempo de amor y alegría y por la gracia de haberlo tenido con nosotros, puedo decir que doy gracias. Claramente también fue muy triste para todos su partida.
Recuerdo que ese jueves 14 de octubre él estaba en la casa, se estaba terminando de arreglar porque a las 6 de la tarde se inauguraba el Campeonato Nacional de Golf y él estaba invitado, venían personas de diferentes ciudades al evento y me pidió que fuera a recibir a sus amigos, que llegaban de otras partes del país.
Lo hice. Y al llegar a la inauguración lo encontramos caído en el baño. No sabíamos qué pasaba. Lo llevamos al hospital enseguida, ahí lo sacaron del paro y le hicieron todos los exámenes. Pero luego del TAC conceptuaron que había sufrido la pérdida de sentido por una malformación arteriovenosa en el cerebro. No había nada por hacer. En el hospital estuvimos todo un día a su lado. Agradezco mucho a los médicos que nos regalaron 24 horas para asumir esa realidad tan dolorosa. En ese tiempo estuvieron las puertas abiertas para que toda la familia fuera y se pudiera despedir de Eduardo Rafael.
Fue un regalo, la mayor bendición en medio de la tragedia, porque en ese tiempo pudimos asumir y enfrentar la realidad y entregarlo en manos de Dios. Pasado el día nos preguntaron si lo desconectábamos y, aunque yo pensaba que se debía hacer la voluntad de Dios, ni siquiera tuvimos la oportunidad de decidir porque Eduardo se fue antes de tomar una decisión.
Recuerdo que esa noche del 14 fue muy dura, de no dormir, de todo el mundo llamando. Uno tiene una cantidad de sensaciones físicas y emocionales, el choque es bastante grande, sobre todo porque su condición era irreversible. Aunque lo operaron, sabíamos que no habría ningún beneficio más que la tranquilidad de haber hecho el 100 por ciento. Pero también teníamos angustia porque no sabíamos si el mal podía estar en nuestra otra hija o en los sobrinos. Los médicos nos confirmaron después que era algo congénito y no hereditario.
Aunque lo operaron, sabíamos que no habría ningún beneficio más que la tranquilidad de haber hecho el 100 por ciento. Nunca notamos nada malo. De hecho, en mi familia los hombres crecen más lentamente y él quería crecer rápido y unos mesecitos antes habíamos ido a hacerle la prueba de la hormona del crecimiento En ese momento le hicieron un TAC para la hipófisis. Llegamos hasta las cejas, pero el problema lo tenía un poco más arribita, en el lóbulo frontal derecho. Por eso no nos dimos cuenta.
Su muerte nos llenó de desconcierto. Fue un shock muy grande. Pero también pudimos aceptarlo. Debíamos pensar en nuestra otra hija y en el resto de la familia. Nos unimos mucho y tomamos la decisión de seguir adelante en honor a mi hijo, porque era un muchacho supremamente alegre, muy positivo.
SE INVIERTE EL ORDEN BIOLOGICO CUANDO MUERE UN HIJO
Lo más duro que le puede pasar a un ser humano es la pérdida de un hijo porque se trastoca la lógica biológica. Las madres no deben enterrar a sus hijos, no es lógico ni normal, aunque en la situación del país hemos visto a muchas hacerlo.
Pero cuando sucede, uno no sabe qué hacer, todo se va patas arriba, porque no solamente perdemos todo el afecto que un hijo nos da, sino que se pierde también el que uno quería darle, el tiempo que uno tenía destinado para amarlo y cuidarlo. Al final, uno no sabe dónde poner o qué hacer con el tiempo que le quería dedicar.
Creo que eso es lo más difícil del proceso de duelo. Se trata de un reacomodamiento, en todos los sentidos, de la vida familiar y personal. No es fácil. Se sufre muchísimo. Guardando las proporciones, un hijo es alguien que te encomiendan cuidar y de pronto te dicen “ya no lo cuides más, mira a ver qué haces con tu tiempo, con tu afecto”.
SEGUIR ADELANTE CON LO QUE NO PERDIMOS
Una de las cosas que más me ayudó en ese momento fue una oración que alguien me compartió. Se titulaba ‘La gema prestada’. Básicamente, habla de que solo existe el día de hoy para el amor, que hay que dar todo lo que uno tiene a los hijos pero sabiendo que no somos eternos, que en algún momento van a dejar de estar con nosotros, sea porque se van de nuestro hogar o porque parten a la casa del Padre. No nos pertenecen. Los hijos no se pueden convertir en nuestro sentido de vida, porque ellos tienen sus propios sentidos de vida. Yo simplemente los estoy acompañando.
Para algunas mamás, y creo que somos muchas, la muerte de un hijo nos hace mejores personas, más compasivas. Ese amor que tú le dabas a esa persona, que es inmenso, ¿a cuántos más se los puedes dar? Esa es la opción que se debe trabajar.
Y es muy importante porque generalmente se olvidan los otros hijos, se vuelven como si no existieran, como si no valieran, y eso yo no lo quería para mi familia, yo conocí de casos de otras mamás que descuidaron a sus hijos durante años y años porque el que se fue “era más importante” y eso me hizo decir: “No, mi niña Julieta es importante, ella está viva”, y pude salir adelante.
En algún momento van a dejar de estar con nosotros, sea porque se van de nuestro hogar o porque parten a la casa del Padre
También me sobrepuse al hecho de que uno deja de ser ‘Patricia Maldonado’, para convertirse en ‘la mamá del niño que se murió’. Y pude lograrlo porque me convencí de que mi hijo no merecía que me recordaran como “la mamá que no hizo más desde que su hijo se murió”. Nuestro hijo era muy alegre, proactivo y positivo. Por eso decidí que mi dolor no iba a opacar la plenitud y alegría de su memoria.
Por otro lado, también pienso que me ayudó mucho lo que había ‘metido en mi bolsa’ con los años, mi experiencia de vida. Ya había vivido otras pérdidas, como cuando tenía 15 años y murió un hermanito mío de cuatro años. Recordar la forma en que mi mamá manejó eso fue muy importante, ella agradeció los cuatro años años de vida de mi hermanito y no nos centró en una tristeza total. Celebró la vida de nosotros.
Además, cuando pasó lo de Eduardo yo me había acabado de graduar de orientación familiar, tenía todas las herramientas que me daba el taller de oración y vida, y lo que hice fue ir reconociendo qué me estaba pasando, qué estaba sintiendo, sabiendo que el proceso era normal. Como familia entendimos que no podía haber sitios vedados, que podíamos hablar del tema, que él no iba a morir en nuestros recuerdos y que tampoco íbamos a ocultar su vida, como generalmente se hace y no se vuelve a mencionar a esa persona. En nuestra familia no hubo sitio ni temas vedados para compartir lo que sentíamos.
Lo importante fue que decidimos seguir adelante en homenaje a mi hijo, porque su historia la seguía escribiendo yo. La forma como enfrentara mi nueva realidad iba a ser la historia de Eduardo. Algo que también pienso que es muy importante es aprender qué es un proceso de duelo y enseñarte de pequeñito a superarlo. Por ejemplo, con la pérdida de una muñeca o de un carrito, enseñarles a las personas a asumir actitudes positivas con lo que les queda y no han perdido.
https://www.eltiempo.com/colombia/como-superar-la-muerte-de-un-hijo-241310