¿Velorio, saludos, misa? …mucho dolor

A pesar que pensemos que  alargamos el dolor, los rituales cristianos para despedir a un fallecido tienen la sabiduría de conocer la psicología humana. La muerte es una tragedia y no podemos pasar por ella como si nada; hay que dar un espacio en tiempo y lugar que lo marquen, que digan que este acontecimiento fue muy importante; que la muerte de alguien fijo una fecha y una marca en nuestra vida.

Los rituales de despedida tienen una gran importancia en el proceso de elaboración y aceptación de una pérdida. En nuestra cultura, debido a la tendencia que existe a encubrir todo lo relacionado con la muerte, solemos minusvalorar la importancia de estos ritos. Pero, si bien siempre hay que adaptarlos a las preferencias, tradiciones y necesidades de cada familia, no hay que despreciarlos de antemano como algo morboso o innecesario.

Es un momento oportuno para recordar, llorar y celebrar la vida, pero sobre todo para orar. Es un tiempo en el que nos regocijamos en todo lo que la persona fue en vida y en lo que es ante la presencia de nuestro Señor. Este puede ser un momento de sanación para todos los que están sufriendo la pérdida.

Por un lado, los  ritos  nos dan la oportunidad de hacer más real la pérdida y, por otro, nos  permiten compartir el dolor, muchas veces cuando no se tiene la oportunidad de estar presentes en el proceso de fallecimiento, o  no se ha podido acudir al entierro o al funeral, es muy complicado el proceso de aceptación.

Nuestra  mente necesita  ver y participar de esta experiencia para marcar el inicio del duelo. En la lucha por que todo se mantenga igual, necesitamos evidencias que, aunque son dolorosas, también son necesarias y nos permiten poner en marcha procesos. De lo contrario, nuestra mente se aferra a fantasías de continuidad.

“El pesar oculto, como un horno cerrado, quema el corazón hasta reducirlo en cenizas.”

  1. Shakespeare.